Bomberos muertos y comisión de investigación

Durante estos días pasados de carnavales he aprovechado para escapar de las Islas, buscando la tranquilidad y la soledad de las montañas nevadas del Pirineo. Nunca me he sentido especialmente atraído por estas fiestas por lo que es normal (y habitual) que deje mi sitio a los miles de turistas que vuelan a Canarias atraído por su fiesta más singular o, al menos, por la más famosa. Durante esta breve estancia en tierras peninsulares y en Cataluña, en concreto, me he sentido especialmente interesado por el fuerte debate mediático en esta Comunidad Autónoma, suscitado a raíz de las sesiones de una Comisón de Investigación en el Parlament catalán sobre la muerte de cinco bomberos de los Graf de Lleida en el incendio de Horta de Sant Joan el pasado 21 de julio del 2009. Una Comisión que -como la mayoría- nació manchada por la sospecha manipulación del los partidos que conforman el famoso Tripartito, actualmente en el Gobierno de la Generalitat y con mayoría parlamentaria.

Sin embargo, a medida que han ido avanzando las sesiones y las declaraciones de testigos y afectados, ha sido imposible para estos partidos interferir de manera decisiva en su transcurso, intentando vetar -fundamentalmente- la comparecencia de testigos incomodos o que podían comprometer una hipotetica responsabilidad política en el desarrollo de tan funestos acontecimientos. Muchas cosas se podrán decir de Cataluña, pero en este caso y en lo que nos atañe, es que tienen una sociedad mucho más articulada y participativa que la canaria, por ejemplo. Al margen de los partidos políticos, existe un vasto tejido social, construido a lo largo del tiempo, basado en su importante desarrollo económico y en una mayor educación, visible en la enorme cantidad de movimientos asociativos y extremadamente activos, muchos de ellos de más de un siglo de antigüedad. Habría que «bucear» en el Archipiélago para encontrar casos similares. De esta manera, y como todos sabemos, a una sociedad educada y consciente de sus derechos es bastante más difícil manipularla. Y las escenificaciones políticas para consumo partidista tienen mayores dificultades para prosperar. Esto es lo que ha pasado en el Parlament. A medida que se han ido escuchando las grabaciones de emergencia y a los testigos implicados, un clamor popular ha impedido que se «tapará» el asunto a interés del político de turno. Y en este punto ha sido fundamental el papel del periódico La Vanguardia, que no ha escatimado espacio ni titulares para narrar el acontecer de la Comisión, con el considerable disgusto del Gobierno.

Sin unos medios de comunicación independientes y plurales la democracia no es posible, ni en Afganistán, ni en Cataluña ni, mucho menos, en Canarias. Si sólo nos cuentan lo que les interesa a los gobiernos nos convertimos en meros borregos pastoreados a golpe de vara y ladridos de perro pulgoso. En estos tiempos de aguda crisis económica, los medios de comunicación padecen verdaderas dificultades para sobrevivir, de manera que no se pueden permitir la pérdida de anunciantes importantes. Sabedores de esta ventaja, algunos de esas instituciones o empresas -me consta personalmente- llaman al director del medio para quejarse por determinada información perjudicial o para condicionar e influir en la línea del medio, no de las editoriales, sino en las noticias publicadas o contadas, de manera que sólo salgan beneficiados o, al menos, no aparezcan las menciones negativas. Y si aparecen, que no sean ni en la primera página, la segunda o en la contraportada, sino disimulados en las páginas interiores, en un rinconcito, a una columna y en tipografía reducida. Y tengo que decir que no es una decisión fácil de tomar para el responsable del medio en cuestión elegir entre la salvaguarda de la libertad de prensa y expresión y la conservación de puestos de trabajos, entre ellos el suyo. Para concluir esta reflexión me quedo con lo que me dijo un amigo, líder de audiencias radiofónicas, al respecto: «Cuanto más publicidad tengas, más libre serás para decir lo que quieras…»

De vuelta a la historia de los cinco bomberos quemados me ha resultado estremecedor – como será para sus familias- escuchar las grabaciones de sus desesperadas llamadas de auxilio para que los sacarán de aquel infierno de llamas. Me resulta incomprensible como uno de ellos hablaba con voz queda de que «estaba quemado y que había muertos a su alrededor…», y en como pedía, con insólita amabilidad, a la telefonista de la centralita del 112 catalán que «por favor» vinieran a buscarlo, y se despedía con un sosegado «gracias». Ruegos que se perdieron en el caos organizativo y de coordinación en el que se había convertido un incendio prácticamente extinguido. Estas cinco personas, al igual que los nueve muertos del de Guadalajara, no debieron morir porque nunca debieron estar en aquel sitio en aquel momento. Es evidente que existieron una cadena de errores que devino en la tragedia y la Comisión de Investigación parlamentaria -paralela a la investigación judicial, por cierto- debe servir no para que los políticos se tapen sus vergüenzas (algo comprensible, por otro lado) sino para sacar a la luz aquellos errores y que jamás vuelvan a repetirse.